domingo, 24 de agosto de 2014

BUITRES, PINGÜINOS Y METÁFORAS

Una vez vi a una serpiente
haciendo el amor con un buitre y pensé:
"Igual que una negociación en Washington".
Jarod Kinz

Un ideólogo es alguien que, al darse cuenta
de que una rosa huele mejor que un repollo,
llega a la conclusión de que las rosas
son mejores para hacer sopa.
H.L. Mencken

Metáforas y Alegorías

En realidad, no es inusual que el ámbito político-intelectual se vea poblado – y hasta inundado – de metáforas y alegorías. El discurso político siempre se ha prestado a distintos tipos de simbologías, pero lo que últimamente me ha llamado la atención es esa súbita y extraña preferencia zoológica por las aves.

Porque en materia de especímenes avícolas de empleo metafórico tenemos de todo: buitres (con las subespecies "de adentro" y "de afuera"), caranchos, pingüinos [1], palomas, halcones, gallinas y algunas otras especies – siendo que en las voladoras hasta podríamos incluir los cheques, librados tanto por amigos, socios, adversarios y opositores al gobierno como por las eternas aves de paso de la economía que no por casualidad se llaman capitales golondrina.

Claro que también tenemos otras metáforas no-avícolas. La "bicicleta", los "arbolitos", el "blue" (¿por qué "blue" si es "green" o, en todo caso, "black"?), la "trenza", el "curro" [2], los "gorilas", etc. son los ejemplos que me vienen a la mente. Además, por supuesto, de "quilombo" que, como todos saben, es el nombre de ciertas poblaciones de Brasil y que en su acepción popular describe meridianamente bien el estado de cosas que tenemos. Por no decir el Estado a secas.

Según dicen los que dicen saberlo – con el diccionario de la Real Academia en la mano – una metáfora consiste en la: "Aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión". Por su parte, una alegoría se define como una: "Figura que consiste en hacer patentes en el discurso, por medio de varias metáforas consecutivas, un sentido recto y otro figurado, ambos completos, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente."

La cuestión es que, en el uso que se le está dando hoy en la Argentina, con la metáfora tenemos un problema. Según la definición debería facilitar la comprensión de algo. Pero sucede que las que se están usando facilitan cualquier cosa menos, justamente, la comprensión. Aunque, seamos realistas, quizás se estén usando justamente para dificultarla. O bien, también es muy posible las estén usando personas que quisieran explicar algo que ni ellos mismos entienden en primer lugar.

Tanto la metáfora como la alegoría, se fundamentan en el razonamiento por analogía, la que a su vez se define como un: "Razonamiento basado en la existencia de atributos semejantes en seres o cosas diferentes". Y la analogía, para ser eficaz, debe relacionar – o ilustrar – cosas bien conocidas con cosas relativamente poco conocidas. Si digo "fuerza leonina", la figura concreta de un "león" (que supongo conocida por mi audiencia) me ayudará a describir o ilustrar la intensidad del concepto abstracto un tanto genérico de "fuerza".

El problema está en que nuestra jerga política actual – y muy especialmente la intelectualosa – no respeta estos lineamientos. Las analogías se establecen de un modo bastante arbitrario, las metáforas mezclan peras con manzanas y, finalmente, las alegorías insertadas en la "narrativa" del discurso terminan siendo ensaladas de metáforas cuya incoherencia trata de ser disimulada mediante el generoso agregado de tecnicismos académicos que terminan haciendo referencia a cualquier cosa que a uno se le ocurra imaginar. Con lo que cuesta horrores concebir lo que imaginó originalmente el que compuso la ensalada intelectual en cuestión. Porque el menjunje resultante no es ni una filosofía, ni una doctrina, ni una ideología, ni un modelo. Es, como diría Jauretche, simplemente un trabasesos.

Patria o Buitres

La cuestión es que con el despiporre que se armó alrededor del fallo del juez Griesa, la metáfora de los buitres se instaló en la discusión pública. Brevemente expuesto, el problema surgió cuando una deuda, colocada por el propio gobierno argentino – el actual, al igual que sus antecesores – bajo la jurisdicción de los tribunales de Nueva York resultó dirimida por la justicia norteamericana en forma adversa para la Argentina. Según la narrativa de las actuales autoridades, el fallo es un atentado a la soberanía nacional. Pregunta incómoda: ¿el colocar deuda bajo jurisdicción extranjera no fue una renuncia a la soberanía nacional? Pregunta más incómoda todavía: ¿hubiera dejado de serlo si Griesa y la Corte Suprema de los EE.UU., en una de esas casualidades, fallaban a nuestro favor?

La respuesta a las preguntas incómodas es "sí" a la primera y "no" a la segunda. Pero, para entender las respuestas hay que poner en blanco sobre negro al sujeto principal de las preguntas. Y ese sujeto principal es la soberanía en sí.

Por de pronto, la soberanía no es una entelequia romántica nacionalistoide como sugieren – e incluso en algunos casos afirman – los intelectuales liberales globalizadores o los marxistas internacionalistas. La soberanía es simplemente la facultad de tomar la última decisión más allá de la cual ya no hay más decisiones posibles. Para simplificar (mucho), se podría decir que la soberanía es el derecho a la última palabra. Un Estado es soberano cuando tiene el poder de tomar la decisión final y definitiva en las materias que le competen. Cuando no tiene ese poder, simplemente no es soberano. El gobierno argentino tomó deuda cediendo, en caso de conflicto, el derecho a la decisión final y definitiva a los tribunales norteamericanos. Por lo tanto cedió soberanía. Al menos y como mínimo, cedió soberanía económica y jurídica en un caso puntual. No hay "interpretación", ni "relato", ni paráfrasis, ni exégesis que consiga negar o disimular ese hecho concreto. A lo sumo, en un intento de justificación se podrá invocar la "necesidad y urgencia" de la cual la Argentina no consigue salir desde hace añares. Pero el argumento es débil. Por decir lo menos.

A su vez, el otro hecho concreto es que la cosa salió mal. Realmente mal. Si salió mal porque se negoció mal – como quieren los que no quieren al actual gobierno – o si salió mal porque estuvo mal planteado de entrada – como quieren los que no quieren deudas con los tiburones financieros globales – es una discusión poco menos que bizantina a esta altura del partido. Lo más probable es que ambas causas sean ciertas. Pero claro, cuando uno se manda una macana muchas veces no queda más remedio que ponerle el pecho a lo hecho para intentar, después, una huida hacia adelante. Y la huida hacia adelante del actual gobierno consistió – entre otras cosas – en plantear en términos patrióticos la salida del pantano en el que se había metido. De allí lo de "Patria o Buitres".

Para ponerlo en un gongorismo tan caro a los intelectuales del ámbito político actual, la consigna es la versión simplificada en términos binarios de esa narrativa alegórica que es funcional al intento de disimular la incoherencia ideológica subyacente. ¿Se entendió? ¿No? No importa, no se preocupen, en Carta Abierta o en la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional seguramente alguien conseguirá descifrar lo que dije. Y, si lo logra, no le va a gustar.

Algunos han querido emparentar lo de "Patria o Buitres" con el viejo "Braden o Perón" de principios del peronismo pero la genealogía es, a todas luces, incorrecta. Tanto Spruille Braden como Juan Domingo Perón fueron personas de carne y hueso, concretas, reales, a las cuales se podía interpelar y de las cuales se podía obtener una respuesta concreta. Como que precisamente esas respuestas explican la victoria de Perón sobre Braden siendo que Perón entendió el momento histórico que vivía la Argentina y le dio respuesta mientras que Braden – que de hecho estuvo en el país solo cuatro meses [3] – no entendió la cuestión en debate y terminó teniendo que aceptar que, aun con el apoyo de un estrato no despreciable de la población, su respuesta resultaba insostenible.

En términos de consignas binarias y simplificadas hubiera sido bastante más correcto plantear el problema de la deuda externa en términos algo más concretos, sin recurrir necesariamente a la metáfora aviar. Porque, en el fondo, lo de "Patria o Buitres" es un intento no demasiado bien redactado de reeditar el viejo "Patria sí; colonia no". Que es algo bastante más directo y se entiende con mucha mayor facilidad.

Aunque, por supuesto, implicaría definir muy bien qué es y qué queremos que sea la Patria, así como requeriría explicar también por qué – después de tantos años de revoluciones, golpes de Estado, salidas democráticas, luchas armadas, reformas constitucionales, privatizaciones, devaluaciones, rodrigazos, hiperinflaciones, elecciones, décadas ganadas y derrotas varias – seguimos teniendo que recurrir a la garantía de una corte extranjera para pedir algo de plata.

O mendigar un acuerdo para pagar la plata que pedimos antes.

Y terminar expuestos a los buitres.

La amenaza de los buitres

Los buitres, como es sabido, se alimentan con carroña. Es decir: para poder subsistir necesitan un organismo muerto. Si el organismo vive, no tienen más remedio que sobrevolarlo en círculos esperando el desenlace final. No quiero pecar de un pesimismo excesivo pero tengo la sensación de que los muchachos de Paul Singer, Mark Brodsky y Adam Stanislavsky están sobrevolando la Argentina. Y no solo desde el despacho del juez Griesa. Porque Singer ahora revolotea alrededor del despacho de un juez de Nevada para investigar 123 empresas que Lázaro Báez tiene radicadas allí.

Sucede que, en el caso de los buitres humanos, estos pajarracos no se limitan a esperar que la víctima se muera sino que, dado el caso, hacen todo lo posible para acelerar la cosa. No por nada Cristina se puso bastante nerviosa últimamente. Lo de las 123 empresas de Nevada es un aviso serio. Si el juez de Nevada las encuentra y realmente las investiga es difícil que consiga sacarles más de un dólar partido al medio. Pero el revuelo en la pingüinera sería fenomenal.

Entendámoslo: Shylock no viene pacíficamente por su libra de carne. Está dispuesto a sacrificar y hasta descuartizar a su víctima con tal de obtenerla. Por consiguiente, para el gobierno no solo se trata de evitar ese desenlace sino que también es preciso ahuyentar a los buitres humanos para que cesen en sus esfuerzos por lograr la muerte del organismo del cual esperan obtener su tajada.

Lo trágico es que esto no se puede hacer meramente con jueces, pleitos y enjuagues económicos. El único modo de espantar a los buitres es poniéndolos frente a algo que los asusta. En otras palabras: hacen falta águilas para enfrentar a los buitres. Los pingüinos no tienen con qué hacerlo. Ni siquiera aliándose con pterodáctilos mesozoicos que tratan de reinventarse mediante una hibridación genética de Keynes con Marx, incubados por quienes originalmente intentaron una similar hibridación genética pero de Gramsci con Perón.

O lo que quedaba de Perón.

El vacío opositor

El hecho es que la Argentina de hoy es un "constructo" (el término no es mío; lo uso nomás para que no me dejen fuera de la postmodernidad) armado con una economía marxistokeynesiana sustentada por una ideología gramscianoperonista. El conjunto – o "constructo" – debe entenderse como una versión conceptualmente antitética al niponazifascifalanjoperonismo; tanto como para volver a citar a Jauretche. Y para estrellarnos de nuevo contra otro trabasesos.

Lo trágico del asunto es que, si uno le pega una mirada a la pajarera de enfrente, entre las aves opositoras uno tampoco ve águilas por ningún lado. Ni un pichón de águila, a decir verdad. Peor todavía: ni siquiera un pichón de cóndor que, si vamos al caso, también es un pájaro carroñero pero que al menos tiene un perfil más nacional y popular. De última, yo prefiero los aguiluchos pero lamento tener que confesarlo: últimamente en la arena político-partidaria no he visto a ninguno. Por lo menos a ninguno con real capacidad de volar.

Pidiéndole prestada la terminología y el análisis al turco Asís, el macricaputismo se opuso de entrada a la estrategia que los pingüinos marxistokeynesianos improvisaron a los apurones para detener el picoteo de los buitres. Naturalmente, el boyscoutismo de Scioli apoyó la cosa resignándose a su papel asignado de secundón siempre listo pero apenas tolerado. Y el disidentismo de la franja de Massa optó por la cautela primero y el rechazo después. Es decir: después de consultar a los encuestadores.

Así las cosas, lo que a mí no me termina de quedar en claro en medio de todo este mar de ambigüedades es: ¿a qué se opone la oposición? ¿A los buitres o a la forma muy poco ortodoxa de tratarlos? ¿Qué plantea la oposición? ¿Ir al fondo del problema de la deuda o mejorar las relaciones comerciales y sociales con Paul Singer, Mark Brodsky, Adam Stanislavsky y todos los demás?

Porque, desde el fallo del juez Ballesteros lo que habría que haber hecho en primer lugar, y lo que nadie – repito: nadie – ha hecho en los catorce años [4] que van desde ese fallo hasta el día de hoy, es investigar toda la deuda pública y privada argentina. Y después de catorce años es obvio que nadie quiere realmente hacerlo porque quedarían muy mal parados – y con un poco de suerte quizás hasta presos – muchos de los personajes que hoy se llenan la boca despotricando contra unos buitres que podrán ser muchas cosas pero que no son la antítesis de la Patria.

Les falta entidad para llegar a eso.

Siempre y cuando entendamos a la Patria como hay que entenderla y no como otra metáfora más para la instrumentación de sentimentalismos que contribuyan a mejorar un poco las encuestas.

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Notas:
1)-  El pingüino es un "ave marina no voladora" del Orden Sphenisciformes, (Al menos, según la enciclopedia de ciencias naturales que acabo de consultar.)
2)- Según el DRAE, en su primera acepción "curro" significa: Recinto cercado a donde se conducen los caballos criados en libertad para enlazarlos y marcarlos con hierro.
3)- Braden presentó sus credenciales  el 21 de Mayo de 1945 y terminó su misión el 23 de Septiembre de 1945. Cf. https://history.state.gov/departmenthistory/people/braden-spruille  - Consultado el 23/08/2014
4)- El fallo del juez Ballesteros en la causa Olmos fue dictado en junio del año 2000.


viernes, 8 de agosto de 2014

SOBRE GUERRAS Y MASACRES

Ningún bastardo ganó jamás
una guerra muriendo por su patria.
Las guerras se ganan haciendo
que el otro bastardo muera por la suya.
George S. Patton

La guerra no decide quién tiene razón.
Solo decide quién queda vivo.
Bertrand Russel

Vivimos en un mundo en guerra.

La afirmación puede que le suene algo demasiado bombástica a muchos pero, con solo repasar algunos hechos objetivos, es fácil ver que no es tan exagerada como parece.

Durante las últimas semanas todos nos hemos saturado con las noticias sobre la masacre en Palestina, de modo que abundar en el tema aquí sería casi insoportablemente reiterativo. Y no solo eso; también sería considerablemente sesgado. Porque, a pesar de que el conflicto palestino ha prácticamente monopolizado los espacios de la maquinaria mediática, el drama de Gaza no es, ni por lejos, el único.

Actualmente, hay por lo menos diez guerras en curso. Además de Gaza, se combate en Ucrania, en Afganistán, en Libia, en Siria, en Irak, en Mali, en la República Centroafricana, en Sudán del Sur, y en Somalia.

Ninguna de estas guerras ha sido "declarada". En ninguno de estos casos un Estado le ha declarado formalmente la guerra al otro. En el mundo actual las guerras se libran sin previa declaración de guerra; simplemente se inician las hostilidades cuando alguno de los bandos en conflicto lo decide con el justificativo de la argumentación que más le conviene. O con la que cree que más le conviene. O en la que simplemente cree más allá de cualquier racionalidad justificadora.

Lo trágico del caso es que el fenómeno era perfectamente predecible. Pero, para entenderlo, tenemos que retroceder unos doscientos cincuenta o trescientos años y recordar que hacia los Siglos XVIII y XIX el Derecho Internacional Europeo había logrado consolidar algo único, nunca antes logrado por civilización alguna en toda la Historia Universal: se había logrado acotar y reglamentar la acción bélica. En esta concepción la guerra quedaba limitada a un conflicto entre Estados y restringida a los ejércitos de esos Estados enfrentados.

Todavía en la época de Clausewitz los militares prusianos – y no solo los prusianos – se regían por el principio de "el ejército combate al enemigo; de los delincuentes se encarga la policía". Las cuestiones militares concernían estrictamente al guerrero; las cuestiones civiles quedaban fuera de su radio de acción. Con ello, la población civil podía – por supuesto – sufrir las consecuencias indirectas del conflicto pero quedaba completamente al margen de la guerra en sí, de las acciones bélicas propiamente dichas. Los ejércitos se enfrentaban en el campo de batalla; la población civil no quedaba involucrada en los combates.

Básicamente este criterio de acotamiento y restricción de la guerra es justamente el que quedó reflejado en las cuatro Convenciones de Ginebra de 1864, 1906, 1929 y 1949, modificadas luego parcialmente por los dos Protocolos de 1977 y el tercero de 2005. Y lo mismo puede decirse de las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907. De hecho, las convenciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial reflejan de un modo bastante evidente el intento de restaurar un orden jurídico internacional completamente subvertido de facto. El trato correcto a los prisioneros; la atención humanitaria de los heridos; el respeto por el enemigo que se rinde; la clara identificación de los contendientes por uniformes, estandartes y símbolos de rango; el concepto de que la guerra es un enfrentamiento entre Estados y no entre personas; pero, por sobre todo, la diferenciación tajante y clara entre lo militar y lo civil; son todos conceptos – y la lista está lejos de ser exhaustiva – que provienen de ese Derecho Internacional europeo que podríamos llamar clásico.

Todo ello ha quedado de lado, arrumbado en el arcón de los acuerdos vigentes pero inaplicables. Después de la Primera Guerra Mundial los marxistas introdujeron el concepto de la guerra revolucionaria; un concepto para el cual la sola posibilidad de reglamentar la guerra no es más que un prejuicio burgués. Para Lenin: "La lucha armada persigue dos fines diferentes, que es preciso distinguir rigurosamente: en primer lugar, esta lucha se propone la ejecución de personas aisladas, (… y) en segundo lugar, la confiscación de fondos pertenecientes tanto al gobierno como a particulares." Es decir, según la concepción marxista-leninista, – una vez apartada la hojarasca retórica acerca de "la situación histórica concreta" y de la "inevitabilidad de la insurrección" por las "condiciones históricas que la engendran" – la lucha armada revolucionaria se concreta básicamente en la acción de matar y robar. Y ello estaría justificado porque: " (…) un marxista no puede considerar en general anormales y desmoralizadoras la guerra civil o la guerra de guerrillas (…).  Un marxista se basa en la lucha de clases y no en la paz social." [1]

Este criterio, trascendiendo incluso el marco original que le daba Lenin, es el que impera hoy en todos los conflictos armados. El enemigo político deja de ser alguien al que hay que vencer para convertirse en alguien al que hay que matar. La guerra ya no apunta a terminar con la rendición de las fuerzas armadas enemigas. Ahora apunta a terminar con el aniquilamiento del enemigo a secas. La enemistad ha dejado de ser política para convertirse en absoluta y la guerra dejó de ser acotada para convertirse en total.

Una de las condiciones necesarias para viabilizar este criterio es la previa criminalización del enemigo. Por más que para la óptica marxista las restricciones impuestas por el Derecho Internacional europeo clásico no sean más que prejuicios burgueses, los valores culturales (mal que bien) sobrevivientes de Occidente todavía condenan el abandono o el asesinato del combatiente herido, el ataque por la espalda, la agresión a quien no se puede defender, o el aniquilamiento de civiles inocentes. Además, debajo de estos factores culturales remanentes, impera también (todavía) la etología del comportamiento genéticamente codificado de la especie humana. Porque, así como el lobo macho no ataca nunca a una hembra o a un cachorro, del mismo modo el ser humano normal condena la agresión a las mujeres y a los niños. Y así como el lobo cesa de atacar al otro lobo si éste se rinde adoptando, precisamente, la "posición del cachorro" – dejándose caer de espaldas y ofreciendo la garganta –  del mismo modo al ser humano le repugna, con repugnancia atávica, la agresión al hombre que se rinde. [ 2]

Consecuentemente, para vencer estas barreras culturales y atávicas resulta imprescindible colocar al enemigo "fuera de la ley" y hasta fuera de toda consideración humana. Para lograrlo se lo presenta como criminal, bárbaro, degradado, incorregible, cruel, sanguinario, avieso, despiadado, infame y repugnante. En una palabra: se construye una "narrativa" que lo deshumaniza para justificar su muerte de cualquier forma y por cualquier medio. 

Es en este contexto que hay que entender las guerras actuales. Ya no hay reglas y restricciones a la guerra por más que subsistan todavía como ficciones jurídicas las diferentes convenciones internacionales y los participantes se acusen mutuamente de cometer crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad por los que, al final, solo se condena al vencido y nunca al vencedor. Las enemistades han trascendido lo político y se han convertido en absolutas. 

Pero no solo han trascendido lo político. También han trascendido lo religioso. Y en esto no solo se han dejado de lado las normas éticas de una religión en particular; se ha desechado por completo la ética de la vivencia religiosa humana en general. Las masacres se han hecho tan frecuentes y tan devastadoras porque hemos olvidado – y hasta negado – esa sacralidad que otrora impedía a los hombres destruir lo que no sabían ni podían crear. Por eso es que las carnicerías bélicas no cesarán hasta que no recuperemos la percepción de esa sacralidad; hasta que no volvamos a entender que la vida es sagrada más allá de los dogmas, las ideologías y las filosofías. Y es sagrada porque no sabemos ni podemos crearla; solamente podemos reproducirla. Solamente podemos perpetuarla sometiéndonos, incluso hasta en las manipulaciones genéticas, a las leyes que la vida misma nos impone. 

Y también la guerra seguirá siendo absoluta y total mientras los dirigentes políticos vean en su enemigo político a un criminal al que hay que matar y no a un oponente al que hay que vencer. Pero, para que ese cambio de mentalidad se produzca, no solo hace falta recuperar el respeto por la sacralidad de la vida sino, además, cultivar la voluntad de construir algo realmente duradero dentro del marco de una Creación que nos fue dada.

Una Creación que es sagrada en su totalidad porque – dentro de ciertos límites – la podremos modificar  pero decididamente no la podemos re-crear.

Y en cuanto a las perspectivas de la paz, la vieja fórmula: "…  paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" sigue siendo de aplicación.

Porque, desgraciadamente, no podemos hacernos ilusiones. Hasta que no impere realmente la buena voluntad – es decir: una voluntad buena – en las decisiones que toman los dirigentes responsables por lo que sucede en este mundo, tampoco habrá paz.

Hace apenas unos días, el 6 de Agosto, se cumplieron 69 años de la masacre atómica en Hiroshima. Un poco antes, a fines de Julio, se cumplieron 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial.

Y actualmente tenemos por lo menos 10 guerras en curso.

Vivimos en un mundo en guerra.

No hemos aprendido nada.

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Notas:
[1] Lenin, "La Guerra de Guerrillas", en Proletari, 1906 - Disponible en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/30-ix-06.htm Consultado el 07/08/2014
[2] Cf. Konrad Lorentz,  Das sogenannte Böse. Zur Naturgeschichte der Agression,  (Sobre la
agresión. El pretendido mal), 1963. Versión española Ed. Siglo XXI, 1972, ISBN 9788432300196.