viernes, 27 de octubre de 2017

OCTUBRE


En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, Hungría pasó a formar parte de los territorios ocupados por la Unión Soviética. Cuatro años después, el inestable equilibrio político del país quedó definitivamente alterado cuando los comunistas – cuya representatividad política real no pasaba de un muy módico 17% – se adueñaron completamente del poder bajo la dirección de Mátyás Rákosi y el obvio respaldo de Moscú.

Luego de siete largos años de rígida dictadura comunista, el 23 Octubre de 1956 una manifestación estudiantil encendió la mecha de lo que sería una de las rebeliones más sangrientas de la Historia. Stalin había muerto tres años antes y en Marzo de ese mismo año de 1956 Nikita Khrushchev había pronunciado ante el XX Congreso del Partido Comunista su famoso discurso criticando al otrora hombre fuerte de la URSS con lo que se despertaron expectativas de una apertura del régimen hacia formas menos dictatoriales.

Se había iniciado la "desestalinización" del comunismo soviético. La represión comenzaba a debilitarse en Rusia y los líderes comunistas de los países satélites – como Wladislaw Gomulka en Polonia, o Imre Nagy en Hungría – creyeron llegado el momento de, al menos, aligerar en algo la presión que la URSS ejercía sobre Europa Oriental.

Desatada y en buena medida conducida por estudiantes e intelectuales, la Revolución Húngara de 1956 comenzó espontáneamente como corolario de la apertura polaca. Sin embargo, los soviéticos consideraron que, si bien habían podido retener el control real sobre Polonia, en el caso húngaro podían llegar a perderlo. En consecuencia, mandaron sus tanques y, literalmente, ahogaron la revolución en sangre. Los revolucionarios húngaros, a pesar de su manifiesta inferioridad de condiciones, pelearon con un valor y una determinación que sorprendió al mundo entero. Combatieron contra toda esperanza en una lucha de victoria imposible, incluso después de pedir desesperadamente ayuda a un "Mundo Libre" que los había alentado con las transmisiones de la radio Free Europe desde Munich pero que luego consideró más importante al conflicto del Medio Oriente cuando Israel, Francia e Inglaterra atacaron a Egipto el 29 de Octubre de 1956 abandonando así a Hungría a su propia suerte.

Para principios de Noviembre de 1956 resultó evidente que la batalla estaba perdida y no fue sino 33 años más tarde, que Hungría recuperaría su libertad. Desde la perspectiva de los años transcurridos sin embargo, la Revolución Húngara no fue en vano. Fue una de esas derrotas gloriosas a las que buena parte de la humanidad le debe más que a las victorias inmerecidas. Constituye la primer fisura seria en el sistema comunista creado después de aquella otra Revolución de Octubre que tuvo lugar en Rusia, en 1918, encabezada por Lenin y Trotsky, y cuyo colapso definitivo comienza el 9 de Noviembre de 1989 con la destrucción del Muro de Berlín.

El 9 de Noviembre. Apenas 9 días después del fin de otro Octubre.

Al lado de las banderas tricolores
tres juramentos pongamos:
uno de llorar con lágrima pura,
y otro de odio a los tiranos,

y para ti, pequeño país, sea el tercero:
que entre los vivos no lo olvide nadie;
la libertad nació un día señero
cuando en Budapest de sangre se tiñó la calle.
Lajos Tamási(1923-1992)


domingo, 8 de octubre de 2017

EL CAMINO Y LAS VIRTUDES


El enemigo está adentro;
es contra nuestra propia lujuria,
nuestra propia locura, nuestra propia criminalidad
contra la que tenemos que luchar.
Marco Tulio Cicerón

¿Qué es una virtud?

Toda cultura se basa en última instancia sobre ciertas virtudes, ordenadas según una escala de valores de acuerdo con la cosmovisión de las personas que la sustentan. De allí es que, para iniciar el camino de la recuperación de las virtudes y los valores fundacionales de Occidente, lo primero que hay que entender en absoluto es el concepto de "virtud".

La Areté griega
Excelecia o Virtud
La virtud es una constante y firme determinación a hacer el Bien. Le permite a las personas no sólo realizar buenas acciones en beneficio propio y de la comunidad a la que pertenecen, sino que también las habilita a dar de sí lo mejor que pueden dar. Con todos sus poderes físicos y espirituales, la persona virtuosa luchará por el Bien por lo que, si es necesario, enfrentará al Mal allí donde lo encuentre, con decisión y sin compromisos ni claudicaciones.

Las virtudes humanas constituyen actitudes firmes, tendencias confiables, perfeccionamientos constantes de la mente y de la voluntad que gobiernan las acciones. En una primera instancia regulan las pasiones y guían el comportamiento según las conclusiones racionales de la moral y la ética. En una instancia superior, orientan la vida ya sea según los principios de la metafísica, ya sea según los mandatos de la fe, ya sea según ambas guías en forma simultánea.

Las virtudes otorgan a las personas facilidad, seguridad y entusiasmo para llevar una vida moralmente buena. Son frutos y, al mismo tiempo, fuentes de buenas obras morales que ordenan a todas las fuerzas humanas para que se manifiesten en armonía con el Orden Natural.

El hombre virtuoso hace el bien de forma voluntaria aunque no sin esfuerzo. Las virtudes morales se adquieren a través del esfuerzo puesto en la actitud y en la acción. Aumentan merced al conocimiento, merced a la experiencia que otorgan las acciones conscientemente decididas y merced a una tenacidad constante aplicada a hacer buenas obras nacidas de una actitud buena. De este modo una virtud no solo hace buena a la acción de una persona sino que hace moralmente buena a la persona misma.

En este sentido, algo que de alguna manera y por razones muy complejas hemos ido perdiendo por el camino es esta noción profunda de la moral. Ya a principios del Siglo XIV, Eckhart de Hochheim – más conocido como el "Maestro Eckhart" – señalaba que las personas deberían pensar menos en lo que deben hacer y más en lo que deben ser. Lo cual por supuesto no significa que las buenas obras son superfluas. Como veremos más adelante cuando mencionemos la virtud teologal de la Fe, la buena obra de la buena persona tiene muchísimo más valor que esa misma buena obra realizada por un malvado que hace buenas obras simplemente para disimular o disculpar su maldad.

Con el correr de los siglos, la doctrina moral y, sobre todo, la docencia moral han ido perdiendo casi por completo su profundidad y vigencia. En la actualidad, incluso quienes intentan sinceramente ser buenas personas relacionan la moral con una doctrina del hacer y, sobre todo, del no-hacer; de lo permitido y lo prohibido. Muy pocos se dan cuenta de que la moral y la ética obviamente deben mencionar las acciones, las obligaciones, los mandatos y las transgresiones pero, en lo profundo y esencial, ambas disciplinas se refieren fundamentalmente al verdadero ser de la persona; es decir: al verdadero ser de la persona buena.

A los efectos prácticos, una verdadera virtud más que un propósito es un hábito. Es una pre-disposición permanente de la voluntad hacia el Bien tendiente a perfeccionar los talentos y las capacidades del hombre bueno impulsándolo a realizar obras buenas.

Sin embargo, ese hábito virtuoso no nos cae del cielo aun cuando la fe lo puede fortalecer gracias a un don especial. Por regla general, a las virtudes las hacemos nuestras a través del aprendizaje, los actos deliberados y el esfuerzo constante. Una vez arraigadas en el espíritu, las virtudes le permiten a las personas dar lo mejor de sí con facilidad, con seguridad e incluso con alegría.

Las nueve nobles virtudes básicas

Para que la vida comunitaria sea posible en absoluto, toda sociedad necesariamente debe hallar la forma de establecer la vigencia de una serie de virtudes básicas y elementales sin las cuales ni la convivencia social es posible ni el objeto de la sociedad se cumple. Estas virtudes, conocidas desde la más remota antigüedad y reflejadas directa o indirectamente en múltiples codificaciones normativas, constituyen el sustrato mínimo sobre el cual se han construido todas las sociedades realmente funcionales. [1]

Para enumerar las virtudes tradicionalmente vigentes en Occidente podemos comenzar por el honor que es la base del respeto mutuo entre las personas ya que el honor de una persona consiste en ser lo que es y en ser reconocido y respetado por lo que es. A su vez toda persona con honor tiene el deber de atenerse a la verdad. De ser veraz. Y el ser veraz no necesariamente presupone conocer y entender la verdad absoluta de todas las cosas. Significa, simplemente, reconocer, aceptar y afirmar lo que es, tal como se percibe y se entiende, sin subterfugios ni distorsiones engañosas. A su vez, a las personas de honor comprometidas con la verdad debe unirlas el lazo invisible pero indestructible de la lealtad para que puedan hacerle frente en forma mancomunada a las fuerzas que promueven la falsedad y la mentira. Y en esa lucha contra las fuerzas negativas que siempre tienden a desgarrar el cuerpo social por la confrontación estéril de antagonismos egoístas, deben imperar la disciplina y la perseverancia ya que sin estas virtudes, o bien no se llega al objetivo, o bien se pierde mañana lo que se ha conquistado hoy.

Y la provisión de las necesidades humanas concretas y básicas – alimento, vivienda,  vestimenta, educación, seguridad y salud – requiere trabajo. Una actividad que, con  sus aportes positivos, aumenta las posibilidades concretas de acción y de opción con lo que aumentan correspondientemente los grados de libertad posibles dentro de una sociedad dada. Y a esa libertad hay que defenderla con valentía frente a los posibles ataques externos ya que ninguna sociedad humana existe en el vacío y la posibilidad del surgimiento de un enemigo externo nunca está descartada. Pero, para que esa defensa sea también efectiva, no solamente debe disponer de los medios necesarios dispuestos en determinada estructura y estrategia. Además de ello, debe involucrar a todos los miembros de la sociedad en un marco de solidaridad mancomunada; un valor que, en última instancia, nace de la conciencia plena de compartir (y de querer compartir) una misma unidad de destino con todos los demás miembros de la sociedad.

Estas nueve virtudes, que hemos recibido como herencia tradicional de las sociedades occidentales iniciales, constituyen la base elemental, natural y necesaria a la organización social ya que regulan y norman el comportamiento social de las personas manteniéndolo dentro de los límites necesarios al orden fundamental que la propia naturaleza humana exige.

Sin ellas no hay sociedad estable posible. Sobre ellas, asegurando su vigencia de la mejor manera humanamente factible, se puede construir una sociedad estable. Y, con el agregado de otras virtudes normativas, se pueden seguir construyendo desarrollos aun más avanzados de cultura y civilización.

Las cuatro virtudes cardinales

En Occidente, la filosofía grecorromana [2] le agregó cuatro virtudes a las nueve nobles virtudes básicas tradicionales que sirvieron de cimiento a la moral y a la ética del período pre-cristiano.

Uno de los problemas actuales con estas virtudes es su denominación. Habitualmente se las enumera como Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza [3], palabras que no son sino traducción prácticamente directa de términos procedentes del latín y que hoy se prestan bastante a confusión porque estos términos ya no son interpretados en el sentido que originalmente tenían las palabras latinas de las cuales proceden. En realidad, no es que la traducción esté mal hecha – que no es el caso en absoluto. Lo que sucede es que a esos términos muchísima gente hoy les adjudica un significado distinto.

"Prudencia" proviene del latín prudentïa que significaba la capacidad para discernir  y distinguir lo bueno de lo malo a fin de seguir lo primero y evitar lo segundo. En el contexto de las virtudes, no significa cautela, reticencia o pusilanimidad por exceso de precaución.  El término "Justicia" proviene de iustitïa que implicaba darle a cada uno lo que le pertenece y no necesariamente se refería tan solo al Derecho y a las leyes. A su vez, "Fortaleza" proviene de fortalitia que implicaba fuerza y vigor, pero no solo referidas a la fuerza física y al vigor corporal sino a la fortaleza de espíritu y al vigor de la capacidad de decisión. Finalmente "Templanza" procede de temperantia, que significaba la capacidad de dominar los impulsos de los sentidos ("apetitos") sujetándolos a la razón y a la voluntad. [4]

Como vemos, existen muchos matices que pueden llamar a engaño y confusión. En consecuencia dejemos lo siguiente en claro:
  • La Prudencia tiene que ver con la Sabiduría que, según la RAE es "El grado más alto del conocimiento"; o un "conocimiento profundo en ciencias, letras, o artes". Es una virtud emparentada con la cordura, la sensatez y el buen juicio.
  • La Justicia se refiere a la Equidad que, otra vez según la RAE es  "....la propensión a dejarse guiar, o a fallar, por el sentimiento del deber o de la conciencia, más bien que por las prescripciones rigurosas de la justicia o por el texto terminante de la ley" y también " Disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece".
  • La Fortaleza, como virtud, implica Valentía y significa firmeza, constancia y tenacidad disciplinada en el logro de un propósito determinado.
  • Finalmente, la Templanza se relaciona con la Sobriedad que significa "... moderación y carencia de preocupación o fuerte deseo por lo superfluo".
Para completar el concepto nada mejor que recurrir a un verdadero especialista en la materia. Según Josef Pieper [5] y entendiendo la "perfección" dentro de los límites de lo humanamente factible:
"La virtud es una «capacidad perfecta» del Hombre como persona espiritual. La Justicia, la Fortaleza y la Templanza alcanzan su «perfección» como «capacidad» del Hombre entero sólo cuando se basan en la sabiduría, es decir, en la «capacidad perfecta» para la decisión correcta. Sólo a través de esta «capacidad perfecta para decidir» se elevan al Bien las inclinaciones instintivas. Recién la Sabiduría completa la acción impulsiva e instintivamente correcta. Ella es la que dirige las «predisposiciones» naturalmente buenas hacia la virtud real, es decir: hacia el modo verdaderamente humano de la «capacidad perfecta»". [6]

Prudencia

La Prudencia entendida como sabiduría, es la virtud mediante la cual la razón práctica puede discernir el verdadero bien y los medios rectos para realizarlo. Siguiendo a Aristóteles, santo Tomás de Aquino afirma que la Prudencia es la “regla recta de la acción”. También se la considera como el auriga virtutum; el "conductor" de las demás virtudes a las cuales les indica regla y medida.

La Prudencia nos enseña a considerar las cuestiones sine ira et studio  – sin odios y sin parcialidades, favoritismos o prejuicios – analizando los "pro" y los "contra" de manera objetiva; escuchando a los más sabios, considerando con sinceridad sus consejos y todo ello tratando de hacer el mayor bien y el menor daño posible. La prudencia no implica proceder con un exceso de cautela, en forma timorata, sin energía o sin decisión. Significa no proceder de manera irresponsable y atolondrada, manteniendo siempre el espíritu crítico.

La sabiduría es la guía directa del juicio de conciencia. El hombre sabio determina y ordena su comportamiento según este juicio. Gracias a esta virtud, aplicamos los principios morales a las situaciones individuales sin error y superamos las dudas sobre el Bien a hacer y a defender,  y el Mal a evitar y combatir.

El Hombre sabio no es aquél que solo sabe mucho; ése es el erudito. El Hombre sabio es el Hombre bueno que sabe mucho.

Justicia

La Justicia es la virtud moral que consiste en practicar la equidad como una constante y firme voluntad de dar a cada cual lo que le es debido.

Se basa fundamentalmente en el concepto de equidad, esa difícil armonía entre el mérito, la necesidad y el bien común; armonía que no se refiere exclusivamente a bienes materiales sino que incluye la debida consideración por bienes inmateriales como el honor, la honra, el respeto, la consideración y hasta la gloria de la fama si ésta es bien merecida.

Ya en la Antigüedad se tenía plena conciencia de lo complejo y delicado de la administración de justicia: "No cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al pobre ni te mostrarás complaciente con el rico, juzgarás a tu prójimo con justicia." [7]  Un requerimiento que bien merecería ser subrayado hoy día en que por demagogia y clientelismo electoral muchas veces se favorece arbitrariamente al pobre mientras, por el otro lado y en forma paralela, se concede impunidad al rico a fin de obtener o consolidar una cuota de poder.

La peculiaridad de la Justicia respecto de las demás virtudes es que regula al Hombre en lo que se relaciona con el Otro mientras que las demás virtudes perfeccionan al Hombre considerado en referencia a sí mismo.

La Justicia pone en práctica la moralidad, es decir: la bondad del ser humano. La razón es un bien del Hombre. Este Bien, sin embargo, se manifiesta esencialmente en la sabiduría que es la perfección de la razón. La Justicia, a su vez, concreta este Bien, en la medida en que le pertenece, en todas aquellas relaciones humanas en las que interviene el poder ordenador de la razón. Las demás virtudes cardinales, en cambio, conservan este Bien, en la medida en que moderan los impulsos para que éstos no alejen al Hombre del Bien de la razón". [8]

La Fortaleza

La Fortaleza es la virtud que otorga valentía y tenacidad en la difícil empresa que implica hacerle frente al Mal y luchar por el Bien.

Es la que nos permite enfrentar dificultades, aceptar riesgos y nos hace capaces de vencer el temor – incluso el temor a la muerte – y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones a las que nos exponemos si aceptamos el compromiso irrenunciable con el Bien y las causas justas.

Según Santo Tomás, dispone de Fortaleza quien está dispuesto a: (1) enfrentar los peligros con valentía y (2) soportar con constancia las adversidades que inevitablemente trae consigo la lucha por las causas justas, la verdad, la justicia y el bien común en general. En consecuencia, la Fortaleza está en realidad constituida por una simbiosis de valentía y tenacidad, de coraje y constancia en la lucha contra el Mal.

Parecería una virtud extremadamente difícil de adquirir. Sin embargo, como señala C.S. Lewis, con la Fortaleza pasa algo bastante curioso. Muchas personas viciosas se muestran hasta orgullosas de sus vicios; pero nadie ha tenido mucho éxito esgrimiendo la cobardía como si fuese una virtud. Cuando el Mal ha avanzado lo suficiente como para que hasta la cobardía resulte medianamente aceptada, siempre ocurre
"... una guerra, un terremoto, o alguna otra calamidad y de pronto el coraje se convierte en algo tan obviamente deseable e importante (...) que siempre queda al menos un vicio por el cual los seres humanos sienten una genuina vergüenza." [9]
Y es porque, como decía Napoleón Bonaparte: "El coraje no se puede simular: es una virtud que escapa a la hipocresía".

La Templanza

Por último, la Templanza es la virtud de la sobriedad mediante la cual podemos mantener bajo control nuestra dependencia de los placeres, asegurando el dominio de nuestra voluntad sobre los instintos y manteniendo los deseos dentro de los límites de la sensatez.

Esencialmente, la templanza implica sobriedad. No significa negarse a disfrutar lo agradable, lo bello o lo atractivo. Por de pronto, significa no desear lo superfluo. Pero mucho más allá de eso, significa negarse a ser esclavo del placer como les sucede a quienes padecen adicciones. Significa preocuparse por conocer la dimensión de las inclinaciones y las pasiones para luego poder mantenerlas bajo control en su justa medida.

Uno de los que mejor han descripto la virtud de la templanza como sobriedad ha sido el estoico romano Séneca:
"(...) los placeres del sabio son serenos, moderados, casi indiferentes y controlados; apenas si se los nota porque vienen sin que se los llame y, si bien llegan por sus propios medios, no se los ensalza y son recibidos sin alharaca por parte de quienes los experimentan; porque se les permite entremezclarse sólo de vez en cuando con la vida, tal como lo hacemos con los entretenimientos y los esparcimientos en medio del tratamiento de asuntos serios."
Con lo que queda bastante claro que la sobria templanza no es la negación y el rechazo absoluto del placer sino la virtud mediante la cual el Hombre evita convertirse en esclavo de ese placer que al final termina siendo el dueño de sus decisiones. Porque, en una frase que es perfectamente aplicable a la idolatría del placer que caracteriza al hedonismo actual, Séneca recalca:
Dejemos, pues, de mezclar cosas irreconciliables y no vinculemos al placer con la virtud; es un procedimiento vicioso que agrada sólo a la peor clase de hombres. Quien se ha sumergido en los placeres, en medio de sus eructos y su constante ebriedad, sabiendo que vive con placer, se cree que está viviendo también con virtud; por consiguiente denomina sabiduría a sus vicios y exhibe lo que en realidad habría que ocultar. Y, así, no es Epicuro el que los ha llevado al libertinaje sino ellos, al haberse rendido ante el vicio, ocultan su libertinaje en el regazo de la filosofía y se apiñan en el lugar en que pueden escuchar la apología del placer. No consideran cuan sobrio y abstemio es el “placer” de Epicuro realmente; pues así es, en verdad lo creo. En lugar de ello, se refugian en un mero nombre buscando alguna justificación y alguna pantalla para sus debilidades. [10]      

Las tres virtudes teologales

Finalmente, por sobre las virtudes cardinales, el cristianismo católico  dispuso tres virtudes teologales que durante 2000 años han servido de guía para la cosmovisión religiosa de los auténticos creyentes. Estas tres virtudes superiores son la Fe, la Esperanza y la Caridad.

Fe

La Fe es la virtud por la cual creemos que el Universo es una Creación y no un producto del azar. Lo cual lleva a afirmar que, siendo una creación, necesariamente es obra de un Creador. En otras palabras, La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado. [11] Y en esto hay que saber diferenciar la fe de la simple creencia.

Según la feliz definición de Gabriel Marcel la creencia es un mero "creer que" mientras que la fe es un profundo "creer en". Por consiguiente, la auténtica fe es, en última instancia y en esencia, un don. No es un conocimiento abstracto de doctrinas a aprender; no está hecha de elucubraciones y discursos filosóficos o científicos sino de una verdadera, profunda y serena adhesión a Dios.

La fe es lo que termina equilibrando la dualidad del ser y el hacer. Si bien es cierto que, como ya dijimos, las buenas obras hechas por una mala persona no tienen un gran valor más allá del que puedan tener las obras por sí mismas, no menos cierto es que la bondad de una buena persona tampoco está completa si no va acompañada de buenas obras. Esa profunda adhesión a Dios que es la fe determina un compromiso [12] el cual, a su vez, se traduce en obras concretas porque "De la misma manera en que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras." [13 ]

Esperanza

Complementando la fe, la Esperanza es la virtud teologal que nos abre a la trascendencia. Es la que lleva al cristiano a confiar en que la muerte física no es el punto final definitivo de la existencia humana y a tener la certeza de poder alcanzar la vida eterna más allá de esta vida terrenal. Frente a ella, muchas cuestiones mundanas pierden gran parte de su importancia, lo cual, entre otras cosas, refuerza también a la virtud de la templanza.

La esperanza es la virtud que nos permite persistir en la senda del Bien, sin desesperanzas y sin desalientos frente a las inevitables adversidades de la vida.

Caridad

Por último, la Caridad nos abre a la solidaridad auténticamente cristiana. Es la virtud inherente al Undécimo Mandamiento instituido por Jesús en la Última Cena:
"Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros." [14]
La solidaridad enaltecida por la caridad conlleva alegría, paz y misericordia. "Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión". [15]

El camino

Las dieciséis virtudes que hemos expuesto han sido tratadas aquí de manera muy sucinta y seguramente demasiado superficial. Así y todo, creo no exagerar si digo que aún esta visión general permite ver que estas virtudes jalonan un camino. Lamentablemente, un camino que en buena medida hemos abandonado.

Hubo largos siglos en la Historia de Occidente en los que estas dieciséis virtudes estuvieron firmemente instaladas en la cultura de nuestra civilización y rigieron el comportamiento moral de las personas. Es muy cierto que nunca llegaron a tener una vigencia perfecta. Es muy cierto que en ocasiones fueron violadas y transgredidas  – y no solo por algunos personajes miserables e intrascendentes sino también y ocasionalmente por los grandes y poderosos que, en principio, deberían haber dado ejemplo de rectitud moral. Pero durante todos esos siglos nadie dudó del valor y de la rectitud de estas virtudes; a nadie se le ocurrió relativizarlas públicamente o proponer su derogación. Pudieron no ser ejercidas y hasta pudieron ser violadas pero nadie puso en duda que eran correctas.

Es que las virtudes no surgen de manera automática y necesariamente espontánea.  Como hemos visto al principio, la virtud depende de una constante y firme determinación de hacer el Bien. Por lo que, en gran medida (aunque no íntegra ni exclusivamente) depende de la Voluntad y la efectiva vigencia de todas las virtudes aquí mencionadas requiere un claro triunfo de la voluntad sobre las debilidades y los defectos de la condición humana.  Con todo, no nos confundamos: la virtud no es una cuestión de "voluntarismos". Es una cuestión de determinación y compromiso de luchar por el Bien y enfrentar al Mal en todo lo humanamente posible para quien asume esa determinación y ese compromiso.

Por eso es que no hay que bajar los brazos y rendirse ante el argumento de que estas dieciséis virtudes nunca tuvieron una vigencia plena y absoluta. Eso es cierto; pero no menos cierto es que las virtudes son ideales a aproximar y no utopías a construir. Ésa es precisamente la diferencia entre idealismo e ideología. El idealismo propone caminos y objetivos a alcanzar; la ideología utópica exige la construcción en concreto de un modelo abstracto cuya atracción reside en su grado de deseabilidad pero cuyas posibilidades concretas han sido desestimadas y reemplazadas por la afirmación dogmática de una viabilidad indiscutible exigida como dogma de fe. Por eso es que las ideologías utópicas se parecen tanto a las religiones y el comportamiento de sus militantes es tan similar al de los fieles de una iglesia, aún cuando tanto la ideología como sus militantes se autodeclaren ateos sin concesiones. [16]  En última instancia, en Occidente el ateísmo es tan solo la religión de quienes tienen una fe inquebrantable en la inexistencia de Dios y suplantan al Nuevo Testamento por el último Manual de Física.

Las virtudes son jalones que marcan un camino pero el camino debe ser recorrido por cada uno de nosotros. Y es un camino que debemos retomar si queremos volver a ser esa enorme usina de cultura y sabiduría que alguna vez fuimos y que, en lo material, construyó todas esas maravillas de arquitectura y de artes plásticas que hoy fotografían frenéticamente unos turistas que no solo muchas veces no saben lo que están fotografiando sino que no tienen ni idea de los principios filosóficos, morales, estéticos  y religiosos del mundo que las produjo.

Reconozcámoslo. Vivimos en una sociedad que, culturalmente, ha errado el camino. Y esto no es una mera opinión. Es un hecho objetivo. Los signos de decadencia que ya son inocultables constituyen la mejor prueba de ello. En algún recodo de la Historia tomamos por el desvío equivocado y, de allí en más, hemos ido barranca abajo dejando poco a poco todas nuestras virtudes a la vera del camino. Ya no es que a veces fallamos en vivir y actuar de acuerdo con ellas. Hoy ya ni siquiera las tenemos en cuenta y hasta toleramos ovejunamente que un hato de rufianes degradados se burle de ellas y las desprecie etiquetándolas de simples "mandatos" culturales que pueden ser suplantados por lo que a cualquier degenerado se le ocurra.

Hagamos el esfuerzo de desandar ese camino equivocado. Tengamos la honestidad de reconocer que nos equivocamos.  Tengamos el coraje de recuperar nuestras auténticas virtudes y vivir de acuerdo a ellas lo mejor que podamos, soportando que nos ridiculicen y que hasta nos ataquen por hacerlo. Tengamos la valentía de reconquistar lo que perdimos enfrentado la perversión y la degradación.

Podemos hacerlo. Podemos volver al camino correcto. Podemos hacerle frente al Mal.

Para empezar ya mismo, lo único que necesitamos es decisión, compromiso y una gran cantidad de esa hermosa virtud que es la valentía de la Fortaleza.

El camino ya no es muy visible porque hoy solo unos pocos caminan por él. Pero está señalizado por dieciséis virtudes.

Volvamos al camino que nunca debimos abandonar para volver a tener un futuro al que nunca debimos renunciar.

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Notas:
1)- Cf: Denes Martos, "Las Nueve Nobles Virtudes",  denesmartos.blogspot.com.ar/p/blog-page.html
2)- Cf. Platón,  La República pero también en los estoicos romanos Epicteto, Séneca y Marco Aurelio. Muchos consideran que el estoicismo tardío operó en cierta medida como la "filosofía de empalme" entre en Mundo Antiguo y el cristianismo, aun cuando este último no heredó de los filósofos estoicos esa tendencia general al pesimismo y a la desesperanza intelectual que llevó, por ejemplo, a Séneca al suicidio.
3)- Cf. http://es.catholic.net/op/articulos/2585/cat/69/las-virtudes-morales-o-cardinales.html
4)- Cf. http://educacionreligion.blogspot.com.ar/2013/02/virtudes-cardinales.html
5)- Josef Pieper (1904 -1997). Probablemente el mejor filósofo cristiano alemán del S.XX. Cf. http://www.planetaholistico.com.ar/Libros/JosefPieper/JosefPieper.html.
6)- Josef Pieper, Werke (Obras Completas), CD-ROM Ed. Meiner, Hamburgo 2008, ISBN 978-3-932094-70-5,  T. 4, 5.
7)- Levítico 19, 15 - El resaltado es mío.
8)- Cf. Santo Tomas de Aquino, Summa theologiae, II–II, q. 51, a. 1c  y II–II, q. 123, a. 12c.
9)- Clives Staples Lewis, The Screwtape Letters. 1942, Cap. XXIX -  Hay versión en castellano: Cartas del diablo a su sobrino. La nota de color es que Lewis dedicó este libro a su amigo J. R. R. Tolkien. De hecho Chesterton, Lewis, Tolkien, Belloc y G.B.Shaw forman un grupo de intelectuales ingleses estrechamente relacionados entre sí.
10)- Lucio Anneo Séneca (4 AJC-65 DJC), Tratados Morales,  Capítulo XII.
Cf. https://drive.google.com/file/d/0B6QXUcoelzmpVFA2ODAtLTlPajg/edit
Nota: Epicuro, al que Séneca hace referencia en este párrafo, es Epicuro de Samos (341-270 AJC), un pensador griego que propuso una filosofía basada en la búsqueda del placer, pero – y he aquí lo que subraya Séneca – según Epicuro ésa búsqueda tenía que estar dirigida por la prudencia, es decir: por la sabiduría.
11)- http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a7_sp.html - #1814
12)- http://es.catholic.net/op/articulos/1565/las-virtudes-teologales.html
13) - Santiago 2,26
14)- S. Juan 13,34 - Ver también S. Juan 15,12 y 15,17
15) - http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a7_sp.html - # 1829
16)- Cf. Nicolás Berdiayev (o Bierdiaeff): El cristianismo y el problema del comunismo. Espasa Calpe, Colección Austral, 1968.

Ilustraciones
Las estatuas de las cuatro virtudes cardinales que ilustran el texto se encuentran en el Parque Juárez de la ciudad de Xalapa, México.
Las cuatro estatuas originales fueron obra del escultor xalapeño Enrique Guerra. Las hizo en 1910 para adornar el Palacio de Relaciones Exteriores en la ciudad de México, pero no las pusieron por falta de espacio y las guardaron. Después fueron donadas tres de ellas a la ciudad de Xalapa: Fortaleza, Justicia y Prudencia (elaboradas en mármol de Carrara) y posteriormente se integró una copia de Templanza (hecha en mármol de Tlatila), obra de Armando Zavaleta León, ya que la original se encuentra en Chapultepec cerca del monumento a los Niños Héroes en la ciudad de México. Cada escultura mide tres metros de altura.

Templanza, moderadora de apetitos y pasiones, está representada con la figura de un hombre que con sus manos sujeta a un brioso caballo.
Prudencia, caracterizada en la figura de una mujer que con la mano derecha jala la oreja de un sátiro (imagen del desorden y de la desvergüenza).
Fortaleza sostiene en sus manos un mazo y detrás de él, a la altura de su rodilla izquierda, destaca la cabeza de un león (emblema de la fuerza y del valor).
Por último, Justicia, representada por una figura femenina que sostiene en sus manos una espada de la que cuelgan unas cadenas a su costado izquierdo.
Cf: http://www.xalapaveracruz.mx/las-estatuas-de-las-4-virtudes-cardinales-de-xalapa/