jueves, 23 de abril de 2015

TRABAJO

Dale un cuenco de arroz a un hombre y lo alimentarás por un día.
Enséñale a cultivar su propio arroz y le habrás salvado la vida.
Confucio

Hacia 1811 y 1812 los trabajadores de una fábrica de medias y encajes de Nottingham, Inglaterra, destrozaron las máquinas tejedoras por miedo a que la mecanización de las tareas manuales les hiciera perder el trabajo. Fue la culminación del movimiento "ludita", inspirado en la figura mítica de un tal Ned Ludd de quien se cuenta que en 1779 destruyó dos tejedoras mecánicas en un rapto de furia. [1]

Los "luditas" fueron un grupo de trabajadores ingleses de la industria textil que se dedicaron a romper máquinas en forma deliberada. Lo hicieron porque pensaron que la nueva maquinaria les quitaría los puestos de trabajo y sus medios de vida. Considerando las dificultades económicas que siguieron a las guerras napoleónicas, los nuevos telares prácticamente automáticos significaban que la vestimenta sería producida de allí en más por una cantidad menor de trabajadores y no solo eso sino por trabajadores de menor capacitación. De hecho, al ser las máquinas incluso más productivas, muchos trabajadores especializados perdieron sus relativamente bien pagados puestos de trabajo. [2]

Sin embargo, estos argumentos y temores son considerados como "la falacia ludita" por los economistas actuales. Estos economistas argumentan que, si el postulado ludita fuese cierto, prácticamente todos nosotros hoy ya tendríamos que estar sin trabajo. Una nueva tecnología puede desplazar a trabajadores cuyas habilidades se han vuelto obsoletas, pero los dos últimos siglos demostrarían que un aumento de productividad no produce un desempleo masivo. La nueva tecnología no destruiría el trabajo; solamente cambiaría la composición del trabajo dentro de la economía.

Este argumento suena muy bien y hasta está relativamente avalado por los hechos históricos. Sin embargo, resulta muy parecido al "equilibrio automático" que lograría el mercado gracias a que su "mano invisible" se encargaría de corregir los desvíos. Lo cierto es que, en el largo plazo, probablemente lo haga. Lo que sucede es que, como ya se ha dicho alguna vez, en el largo plazo estaremos todos muertos. A las miles y hasta quizás millones de personas que deben sufrir las consecuencias de un gran cambio tecnológico no les sirve demasiado de consuelo saber que en dos o tres generaciones la situación se volverá a equilibrar de algún modo.

Con todo, una cosa es indiscutible: históricamente la tecnología de una civilización nunca ha dado "saltos para atrás". La tecnología de la piedra suplantó a la de la madera; el bronce suplantó a la piedra; el hierro desplazó al bronce. La tecnología de la máquina-herramienta desplazó al artesano manual. El vapor desplazó a la tracción a sangre. La electricidad desplazó al vapor. En ninguno de estos casos hubo marcha atrás. En ninguno de estos casos, una vez introducida la nueva tecnología la misma fue dejada de lado para volver a la anterior.

Hoy en día la máquina automatizada y programable – la robótica – ha desplazado a la línea de producción atendida por operarios humanos. Tampoco en esto habrá marcha atrás. Consecuentemente, será mejor que nos hagamos a la idea y solucionemos los problemas que esto genera porque especular con una eliminación de la robótica para volver a modos de producción previos es algo tan condenado al fracaso como lo estuvo el movimiento ludita de 1811.

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En el planteo del tema hay dos cosas que es importante aclarar de entrada.

Primero, los luditas del Siglo XIX y los operarios actuales enfrentan problemas completamente opuestos. En el Siglo XIX la máquina desplazó al trabajador artesano, altamente calificado o dotado de habilidades muy especiales, para suplantarlo por el operario común, de escasa capacitación, encargado de tareas relativamente muy simples. Esto llevó ya durante buena parte del Siglo XX a la línea de producción y a la producción masiva, con su trabajo monótono, elemental, simple y reiterativo que cualquiera podía aprender en el mismo puesto de trabajo y en solo un par de días o semanas. Desde la última parte del Siglo XX hasta el presente, la tecnotrónica actual viene presionando al mercado laboral en un sentido exactamente inverso: para su funcionamiento necesita personal capacitado y hasta altamente capacitado. La producción actual requiere operadores de máquinas de control numérico; programadores; operadores de diseño asistido por computadora y puestos similares. El trabajo simple, sencillo, que cualquiera podía aprender en el propio puesto de trabajo prácticamente ha desaparecido.

Segundo, la noción de la "falacia ludita" se basa sobre dos supuestos: por un lado se supone que las máquinas aumentan la productividad de los trabajadores; por el otro lado, se supone que todos los trabajadores – o al menos la gran mayoría – tienen la capacidad suficiente como para convertirse en operadores de esas máquinas. Pero las condiciones actuales están sacudiendo la sustentabilidad del segundo supuesto. Ya tenemos máquinas suficientemente "inteligentes" como para suplantar por completo a un operario. Puesto en términos económicos: en varios casos el capital se ha convertido en trabajo. Desde esta óptica la "falacia ludita" ya no es tan insostenible como puede parecerlo desde la visión de principios del Siglo XIX. En muchos aspectos es una falacia que ha dejado de ser falacia: si el maquinismo de los principios de la Era Industrial suplantó al artesano especializado por el proletario de baja capacitación, la tecnotrónica actual está suplantando a ese proletario por el técnico y el profesional altamente capacitados. Ése es el gran problema de la izquierda tradicional. No se han quedado sin descontentos y explotados; pero se han quedado sin proletarios y una ideología diseñada específicamente para proletarios del Siglo XIX se adapta muy mal a empleados de servicios y a técnicos industriales del Siglo XXI, por peor pagados que estén y por difícil que les sea conseguir trabajo.

Con lo anterior de base, podemos apuntar varios otros datos del problema.

Uno de ellos es que, debido a las sucesivas "revoluciones" tecnológicas, cada vez menos personas producen cada vez más bienes y servicios. Las tensiones producidas por este proceso se descargaron primero a través de transferencias de fuerza laboral del agro a la industria y luego, desde mediados/fines del Siglo XX, del agro y la industria hacia los servicios. Llegados a este punto, ya en 1995 Jeremy Rifkin [3] señalaba que – después de la "revolución" electrónica e informática – no hay hacia donde "transferir" la mano de obra desplazada, con lo cual las tensiones laborales que debemos enfrentar en un futuro prácticamente inmediato serán tanto de considerable envergadura como de larga duración.

Para colmo de males, en las últimas décadas la relación entre el PBI per cápita y el ingreso familiar medio tiende a empeorar en la enorme mayoría de los países.

PBI per cápita e ingreso familiar promedio en los EE.UU. [4]

Y en esto no se trata solamente de que aumenta el desempleo y cada vez menos personas acceden a un puesto de trabajo sino que incluso el ingreso de aquellas personas que tienen trabajo pierde progresivamente poder de compra real, ya sea por una tendencia del ingreso real a mantenerse nominalmente invariable, ya sea porque en términos reales sufre disminuciones en el mediano y largo plazo.

Durante los últimos 50 años, en los países más desarrollados la proporción del ingreso laboral respecto del PBI cayó de un 65/70% a un 55/60%. Un poco menos en Gran Bretaña y en Alemania; de un modo más significativo en Japón y los EE.UU. En el mundo "emergente" la relación empeora: en Corea del Sur la participación del ingreso laboral en el PBI cayó de 90% a 70%; en México lo hizo del 60% al 40%. En Europa Central y Oriental la caída fue de 75% a un 45% en promedio.

Índices de productividad y salario real en los países desarrollados [5]

Si analizamos la relación entre productividad y salario real obtenemos prácticamente el mismo resultado: mientras los salarios reales tienden a estancarse y ocasionalmente hasta a disminuir, la productividad, en términos generales, va en progresivo y sostenido aumento. Con el detalle muy importante de la asimetría de los niveles salariales. Porque, si – p. ej. en los EE.UU – tenemos en cuenta el ingreso anual del 1% de mayores ingresos y lo comparamos con el del 90% peor posicionado podemos ver que, desde 1979, el salario real del 1% mejor posicionado aumentó en un 138% mientras que el del 90% peor posicionado solo lo hizo en un 15%.

Salario real en los EE.UU. del 1% mejor posicionado frente al 90% peor ubicado. [6]

El "efecto desangrado" en los países periféricos solo aumenta los efectos señalados. Con las grandes empresas internacionales y las instituciones internacionales de crédito succionando la renta nacional de estos países todo el cuadro, obviamente, empeora.

La realidad demuestra, sin embargo, que el fenómeno no es exclusivo de la periferia colonizada del capitalismo sino que se produce hasta en los países desarrollados mismos. En menor medida quizás – hablando en términos absolutos y en consecuencias directas – pero se verifica en todos los análisis. El fenómeno, por lo tanto, no obedece exclusivamente al "imperialismo" capitalista como equivocadamente sostiene parte de la izquierda puesto que los propios países capitalistas imperialistas lo padecen también. El problema es estructural. El problema es la consecuencia de la estructura laboral y de la posición del trabajo humano dentro del propio sistema capitalista basado en la codicia y en la maximización del beneficio.

El problema de la progresiva desvalorización y de la creciente prescindibilidad del trabajo – con la obvia desocupación resultante – es un problema tan inherente a la misma estructura capitalista que el capitalismo no sabe muy bien qué hacer con él. Las medidas que se han tomado para intentar paliarlo – ya que no solucionarlo – han fracasado todas en mayor o menor medida.

En Francia se intentó reducir la cantidad de horas trabajadas por persona empleada. Pero la idea de que si cada uno trabaja menos horas habrá más oportunidades de trabajo para todos resultó errada. El mundo laboral no es un juego de suma-cero en el cual, mientras más trabaja una persona, menos trabajo le queda a los demás. En 2000 Francia estableció por ley una semana de trabajo de 35 horas con lo que las horas trabajadas realmente bajaron pero el desempleo aumentó. Al final, la legislación tuvo que prever tantas excepciones que el sentido mismo de la medida ya está completamente desvirtuado. [7]

Además, de cualquier manera que sea, la disminución de las horas trabajadas ya es de por sí una tendencia general impulsada por varios otros factores. No se necesitaba una ley especial para promoverla. Incluso en los EE.UU. en dónde la actividad económica de 24 horas al día por 7 días a la semana es casi una especie de deporte nacional para ciertos cargos y sectores, las horas anuales trabajadas efectivamente descendieron entre 1950 y 1980 para estabilizarse de allí en más un poco por debajo de 1800 horas anuales.

Promedio anual de horas trabajadas por país. [8]

El otro recurso de paliar la desocupación con subsidios estatales tampoco ha tenido resultados satisfactorios. Los diversos métodos de subsidiar el desempleo tienen, todos, varios inconvenientes. Por de pronto, si ofrecen un nivel de ingresos confortable para el desocupado, en muchos países lo único que logran es que ese desocupado deje de buscar trabajo y se convierta en un parásito alimentado por el sistema. Por el otro lado y a la inversa, si el nivel del subsidio es insuficiente, no logra su propósito de calmar la ansiedad y la angustia de la persona desocupada.

Exigir una prestación laboral a cambio de un subsidio estatal mejora el aspecto moral del sistema. Pero, si la relación no está limitada en el tiempo, a la larga se convierte en un empleo estatal igual a cualquier otro y económicamente puede ser cuestionable su utilidad. Por supuesto, siempre se puede recurrir a seguros de desempleo privados pero éstos – al igual que todos los subsidios limitados en el tiempo – solo tienen sentido en un entorno en donde en realidad hay trabajo y solamente es necesario asistir al desempleado durante el tiempo que tarda en encontrar un empleo nuevo después de haber perdido el anterior. En situaciones de desempleo estructural el recurso del subsidio estatal o del seguro de desempleo privado no resuelve en absoluto el problema de fondo y, mal implementados, hasta pueden llegar a agravarlo creando una clase parasitaria que consume sin producir ni siquiera el equivalente de lo que ha consumido.

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La solución al problema laboral no es fácil ni simple. Es un tema endemoniadamente complejo que requiere un análisis a fondo enfocado desde muy distintos ámbitos y especialidades. Porque, con la estructura del comercio internacional surgida después del fenómeno de la globalización económica, ni siquiera puede decirse que el del trabajo es un problema exclusivamente local o nacional. De hecho, para muchos países está más relacionado con el comercio exterior que con el consumo interno. La capacidad de producción de una línea automatizada puede muy fácilmente exceder la magnitud de la demanda interna y, en ese caso, la industria afectada o exporta o muere. Y, si exporta, no es imposible que tenga que competir con una industria similar pero ubicada en un país en donde la gente trabaja por algo así como dos tazas de arroz por día.

Sea como fuere, una cosa es indudable: no volveremos atrás. Las soluciones hay que imaginarlas con la robótica y no sin ella. Y aquí hay un papel esencial del Estado que tendrá que disponer las cosas de tal modo que la tecnología se ponga al servicio del Hombre y no sea cosa que el Hombre termine perjudicado por la misma tecnología que inventó.

Porque – y esto no hay que olvidarlo – al final del día, con robótica o sin ella, todo termina dependiendo de los seres humanos. De seres humanos que hacen lo que otros necesitan; de personas que producen lo que otras personas consumen.

Según una vieja anécdota, Henry Ford II le estaba mostrando a Walter Reuther, el veterano líder sindical de la industria automotriz norteamericana, una planta de producción recientemente automatizada.

– ¿Y Walter? – preguntó con cierta sorna el factótum de la Ford – ¿Cómo harías para llevar estos robots a una huelga?
A lo cual, ni corto ni perezoso, el sindicalista retrucó al instante:

– No lo sé, Henry. Pero ¿cómo harás tú para que te compren un auto?


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NOTAS:
1)- Cf. http://www.claseshistoria.com/movimientossociales/m-ludismo.htm
2)- http://www.economicshelp.org/blog/6717/economics/the-luddite-fallacy/)
3)- Cf. Jeremy Rifkin, The End of Work: The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era, Putnam Publishing Group, 1995, ISBN 0-87477-779-8
4)- http://economistsview.typepad.com/economistsview/2008/09/gdp-per-capita.html
5)- Cf OIT - Global Wage Report 2014 / 15 - Wages and income inequality (http://apirnet.ilo.org/resources/global-wage-report-2014-15-1)
6)- http://www.epi.org/publication/charting-wage-stagnation/
7)- En el año 2000 Francia redujo las horas semanales de trabajo de 39 a 35. Actualmente ya hay tantas excepciones a la ley que la realidad es que los franceses hoy trabajan en promedio unas 39,5 horas, lo cual hasta está por encima de las 35.6 horas promedio de la zona del Euro.
Cf.:
http://qz.com/258151/reminder-dont-question-frances-35-hour-working-week/
http://www.latribune.fr/actualites/economie/france/20130726trib000777738/les-francais-travaillent-plus-qu-on-ne-le-croit.html
8)- http://www.newyorker.com/business/currency/why-the-french-are-fighting-over-work-hours

2 comentarios:

  1. Gracias señor Matos por escribir sobre este tema tan preocupante. Hoy justamente estaba mirando que en Japón las meseras están siendo reemplazadas por robots.
    La anécdota de Ford, es un eufemismo de Trampa 22.
    Muchas gracias.

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  2. Esto me quedo en el tintero. El imparable avance de la tecnología ¿deberá replantear no solo el trabajo sino también la forma y la organización humana en general y con el medio ambiente?. Por ejemplo ¿las ciudades se volverán obsoletas?.
    Gracias.

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